La soberanía en evolución y los gobiernos autoritarios en el mundo global

El término “soberanía” que a muchos les mencionaron en la secundaria o que quizás estudiaron en alguna carrera universitaria es muy distinto al término del mundo en que vivimos. La historia de este concepto se origina del término latino medieval “superus” que luego fue traducido por lso franceses como “souveraineté” y que se traduce como “poder supremo”. En este caso, el poder supremo o soberanía es aquella que recae en la autoridad de un estado para gobernarse por sí mismo sin la interferencia de terceros. Este término, que muchos usan y definen como si aún viviésemos en la Europa medieval ha dejado de ser tan “supremo” como algunos pretenden hacernos creer.

Uno de los principales grandes cambios de este concepto en constante evolución, radica en que la soberanía de corte medieval perdió su “poder supremo” ya que dejó de depender del poder que antaño tenían los reyes sobre el pueblo y se trasladó a los parlamentos y al pueblo en los gobiernos republicanos y democráticos. Así, esta definición de la soberanía que sirvió en el siglo XVII luego de la firma de la Paz de Westfalia, se mantuvo “suprema” por muy poco tiempo conforme las fronteras territoriales de la realeza cristiana se transformaron gracias a los crecientes flujos que consolidarían la globalización de una Europa que durante muchos siglos pasó aislada del resto del mundo. De esta manera, el crecimiento del comercio intercontinental, la creciente influencia cultural y religiosa de otros continentes y la divulgación de principios político-filosóficos que negaban el derecho divino de los reyes finalmente llegaron a Europa y, desde ahí, afectaron el futuro de principios como la soberanía derivada del latín medieval.

Con la expansión de Europa por América y Asia, el período colonial y postcolonial fue uno de los grandes momentos en los que la violación de la soberanía fue violada a niveles nunca antes vistos. Las potencias europeas de España, Portugal, Gran Bretaña y Francia invadieron y conquistaron colonias soberanas en África, Asia y América bajo la imposición de gobiernos títeres, la explotación y robo de recursos naturales y la destrucción de los sistemas locales de gobernanza de cada territorio y reino conquistados. De esta manera, durante más de 300 años y aún en el periódo postcolonial, el poder de los países europeos sobre sus antiguas colonias se evidencia y la soberanía de estos territorios es el resultado de una historia muy similar a la que tienen las víctimas del síndrome de Estocolmo.

Junto a estos poderes colonizadores europeos, la soberanía se vió doblemente transformada y diluida en el siglo XX primero con la llegada de Estados Unidos y la Unión Soviética al concierto de las potencias globales y el establecimiento de gobiernos títeres durante la Guerrra Fría que crearon los cimientos de dos de los imperios más poderosos y peligrosos que la historia humana ha conocido. En este proceso, la soberanía dejó de ser un poder que recaía en los gobiernos de los países títeres en Latinoamérica o Asia Central y se mantuvo controlada bajo los designios de los gobiernos que a su gusto ponían y derrocaban gobiernos militares o democráticos. En este mismo periódo, la soberanía sufrió enormes transformaciones debido al fortalecimiento de las relaciones comerciales entre los países y el surgimiento de las corporaciones globales. Como resultado de este proceso de capitalización de los países del sur global, la soberanía económica dejó de depender en gran medida de la capacidad de los estados para controlar sus monedas y economías y en algunos países fue controlada completamente por los intereses de una o varias multinacionales (tal fue el caso de varios países de Centroamérica durante los años dorados de la UFCO).

Ya en el siglo XXI, la soberanía como un concepto sigue definiendo aquel ideal medieval y muchos gustan de decir que “la soberanía recae en el pueblo” de aquellos países que dicen tener sistemas democráticos de gobierno. Sin embargo, esa soberanía popular es una ficción más que debido al poder que siguen manteniendo las potencias económicas y las grandes multinacionales se muestra como un peligroso ideal que moviliza a las masas con fines engañosos.

Si la historia nos ha demostrado algo, es que en el mundo interconectado en que vivimos, las acciones de los gobernantes de cada país y las acciones de sus ciudadanos tienen de soberana e independientes lo que tiene el estómago o un riñón del resto del cuerpo de un ser humano. Como un cuerpo único, los ciudadanos pertenecemos a una comunidad de naciones en cuyo interés principal se encuentra mantener la estabilidad del sistema económico capitalista en que vivimos, sin interrupciones y sin crímenes de guerra, conflictos armados o desequilibrios políticos significativos. Al respecto, cuando un país o varios deciden alterar este equilibrio, la soberanía, entendida no como en la definición medieval sino en una efinición contemporánea de “poder compartido de decisión de las partes sobre un todo”, se ve afectada cuando alguno de los actores señala que el derecho internacional, los derechos humanos, la economía internacional u otro se han visto alteradas por un tercero.

La soberanía es más que un concepto cáduco del período medieval, la soberanía es una herramienta que debemos de definir como un concepto en constante evolución no solo en sus poderes y alcances sino también en sus límites y extremos. En estas épocas, en que la “violación de la soberanía” es invocada caprichosamente por gobiernos corruptos, autoritarios o déspotas es importante que los ciudadanos educados cuestionemos los intereses de quienes invocan el concepto del “poder supremo de un estado para decidir sobre su propio destino”. Las épocas de estas decisiones quedaron ya en el pasado, muchos siglos atrás y en el actual mundo global en que vivimos no nos queda más que buscar navegar, agenciar y negociar dentro de este mundo de aparente equilibrio global.

La Influencia de Henry Kissinger: reflexiones para el s.XXI en Latinoamérica

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Durante más de 20 años, el nombre y las ideas de Henry Kissinger han impactado mi vida y nuestro entorno con resultados que permanecerán vigentes durante décadas por venir. La influencia de Kissinger fue más que ideológica y sus análisis sirvieron de consejo para la toma de decisiones de los políticos estadounidenses y sus contrapartes en Latinoamérica y el resto del sur global.

A Kissinger lo conocí muy joven y lo leí a los 14 años en un libro que compré en la extinta librería del Fondo de Cultura Económica de México. Años después, en la licenciatura de Relaciones Internacionales, el nombre de Kissinger nos aparecía en la sopa cada semestre y era imposible no citarlo en ensayos y discusiones. Posteriormente, en mi transición hacia Europa, Kissinger no dejó de sonar en las discusiones en las Universidades de Leipzig y Copenhague, y su huella indeleble se mantuvo siempre presente en las discusiones que tuve sobre los impactos que el imperialismo estadounidense habían tenido en la conformación del sur global.

Kissinger fue uno de los principales asesores que recomendó a USA y permitió a Pinochet mantenerse en el poder luego de concretar el asesinato del gobierno democráticamente electo de Salvador Allende. Leer más de los archivos desclasfiicados del a CIA: https://nsarchive2.gwu.edu/NSAEBB/NSAEBB437/

Como resultado de esta política, la democracia artificial creada desde Estados Unidos sostuvo valores “occidentales” y alianzas estratégicas de dependencia económico-militar de USA y Europa y, por el otro lado, creó y protegió a una elite militar y empresarial que practicaba un capitalismo mercantilista que les aseguraba control político, social y económico sobre las fuerzas de producción y evitaba el surgimiento de una clase media educada y sana. En esta dinámica de relaciones capitalistas, Latinoamérica fue uno de los lugares más impactados por los consejos de Kissinger y otros expertos de su época como George Kennan, Zbigniew Brzezinski, Samuel P. Huntington y muchos otros realistas, políticos y empresarios. Por fortuna, estas ideas evitarían el efecto dominó luego de la llegada del totalitarismo popular que se hizo del poder en Cuba y que posteriormente lo haría en Venezuela y Nicaragua.

Kissinger en su visita a la China maoísta reformó el orden internacional. Su visita sirvió a USA para contrarrestar el poder soviético y complicar el avance de la estrategia del Kremlin. Paralelamente, USA buscó una distensión con Moscú, produciendo un conjunto histórico de acuerdos comerciales, de control de armas, de derechos humanos y de fomento de la confianza que ayudaron a limitar la carrera armamentista y hacer la Guerra Fría más manejable y predecible para los intereses calculados de Kissinger y Co.

Las ideas de Kissinger permitieron en el siglo XX crear un mundo donde USA demostró y expandió su poderío tras un discurso realpolitik de superioridad moral disfrazado de “democrático”, “liberal” y “capitalista” pero que se enfocaba en la conquista del poder y la victoria a toda costa contra los enemigos comunistas orientales (Rusia y China).

El autoritarismo clientelar que se fortaleció y esparció con redes de corrupción en Latinoamérica durante los últimos 40 años de estrategias kissingerianas es uno de los frutos de la estrategia de realpolitik estadounidense que, luego de que se les saliera del control, ahora se intenta reducir o controlar desde la Casa Blanca.

Pero lo pasado es pasado, y lo que nos queda ahora son los efectos de la escuela de Kissinger que permearon nuestra política hispanoamericana. La región sigue sumida en una lucha de intereses en los que USA continúa buscando equilibrar las dinámicas de poder contrarrestando la influencia del comunismo del siglo pasado. En este proceso, USA continúa apoyando el derrocamiento de gobiernos democráticamente electos en Bolivia, Perú y Honduras para dar algunos ejemplos. Mientras que, a la vez, lucha por proteger otros gobiernos democráticamente electos en países como Guatemala, Colombia o México, siempre y cuando, estos se plieguen a los intereses nacionales y la agenda central de:

  • lucha contra la inmmigración indocumentada,
  • combate a las drogas,
  • lucha contra el terrorismo y
  • bloqueo latinoamericano al ingreso de intereses y capital económico ruso-chino.

En este proceso, hispanoamérica aún tiene mucho que aprender para consolidar verdaderos sistemas democráticos donde los votantes tengan la voz principal y no se viva dependiendo de los contubernios políticos (el famoso estado paralelo) donde autoritariamente manda una pequeña elite política-empresarial creada el siglo pasado. A este inmenso reto, se suma la necesidad de crear e integrar un verdadero sentido de democracia participativa donde todos los pobladores de los países (en especial pueblos indígenas) tengan una voz y representación en la creación de los estados democráticos en los que viven.

Sin duda, en este proceso tan influenciado por el intervencionismo kissingeriano que aún domina desde USA, nos queda aún un largo recorrido para que hispanoamérica sea capaz de administrar sus gobiernos de forma soberanal, activa e independientemente participando en la arena global y fortaleciendo en instituciones sólidas la separación de poderes del estado. La gran meta: consolidar democracias ideológicamente sólidas e inclusivas donde se concreten planes de gobierno consensuados, pragmáticos y académicos que para muchos académicos más pesimistas (o realistas) es una meta muy lejana y romántica.

Pero este proceso no será sencillo de lograr y Estados Unidos es y seguirá siendo un imperio económico y político que domina Latinoamérica según sean los intereses de una política exterior de longue durée en referencia al concepto braudeliano.

El intervencionismo que Kissinger y Co. fomentaron sigue estando vigente hoy. El apoyo del país del norte a los regímenes autoritarios continuará ocurriendo cuando el fantasma del comunismo vuelva a aparecer en las elecciones de nuevos gobiernos y se necesitará que seamos más los votantes y analistas políticos que recordemos los impactos (a veces positivos y mayormente negativos) que este intervencionismo ha tenido en nuestra historia postcolonial.

El sistema democrático en Guatemala y muchos otros países de Latinoamérica están hoy más débiles que nunca.

Hacia el siglo XXI se presentan nuevos retos heredados de Kissinger y Co. y en países como Guatemala es urgente que prestemos atención a los siguientes puntos,

  • El fortalecimiento de la organización política y social de los pueblos indígenas que reclama un espacio en la política y toma de decisiones surge como una exigencia cada vez más fuerte. El rechazo a la apertura ante estos reclamos de parte de la elite mestiza gobernante ha forzado a que estos movimientos se radicalicen y se exija no solo la inclusión política de estos pueblos sino la refundación de los estados tal y como ocurrió en Bolivia y parcipalmente en Perú.
  • La creciente desigualdad económica fomenta la organización más sólida de los grupos excluidos. ESta desigualdad es a la vez un reflejo de la exclusión política de la mayoría de la población y su organización exige romper con el sistema de autoritarismo clientelar creado desde el siglo pasado. El populismo autoritario neoliberal surge como una amenaza tal y como ocurrió en El Salvador de Bukele y recientemente con la Argentina de Milei.
  • La corrupción del estado clientelar creado bajo el auspicio de la visión Kissingeriana desde USA para sostener gobiernos autoritarios está pasando la factura y el estado de bienestar en hispanoamérica se cae a pedazos sin hospitales ni escuelas públicas dignas. La estrategia de USA a través de las ONGs para crear fuentes de inversión y trabajo se ha quedado corta y ha fallado. Como resultado, la migración de trabajadores hacia USA y Canadá seguirá en ascenso.

Kissinger falleció el 29 de noviembre de 2023 y el legado que dejaron y que seguirán teniendo sus ideas seguirán vivas por muchos años más. Nos queda una larga tarea por aprender de estas lecciones y construir países más sólidos y democráticos, poblaciones más inclusivas y equilibradas, economías más competitivas y globales.

Finalmente, Como Kissinger dijo en su libro de memorias

“No siempre podemos asegurar el futuro de nuestros amigos; Tenemos más posibilidades de asegurar nuestro futuro si recordamos quiénes son nuestros amigos.”

White House Years